Con las piernas echando humo y las endorfinas
alborotadas todavía reflexiono por si sirve de algo, sobre las sensaciones más
recientes y efímeras vividas en el maratón de Sevilla donde lo que a priori
podría tildarse de fracaso, no lo fue tal, ya que logré arañar 30 segundos a mi
mejor marca, ahora 2h58.53. Y es que enfrentarse a la mítica distancia de los
42.195m requiere más que atrevimiento, en mi experiencia dos cosas
fundamentales: cabeza y tiempo.
Factores que a mi me cuesta dominar: de hecho por eso creo que en 35 años de práctica
atlética es sólo mi quinto maratón.
Ayer en los primeros kilómetros ya nerviosa cuando
intentaba congraciarme con mi tardía digestión tras un desayuno excesivo,
pensaba en lo que siempre digo a la gente que entreno: el maratón es la guinda
del pastel, el regalo que nos hacemos a nosotros mismos. Y me reía para mis
adentros ante la paradoja cuando antes de llegar al km 20 empiezo a
sentir molestias en los flexores de cadera: ¡menudo regalo envenenado de sufrimiento! Esto no estaba
en el guión: tras cuatro meses de entrenamiento muy
consistente -como dice mi entrenador, Vicente Úbeda- con buenos tiempos y todos los indicadores a mi favor, no entendía donde estaba el error. En la
competición de un maratón la bestia a dominar es la cabeza que nos hace dudar a
pesar de haber hecho la mejor preparación posible ¿o no? “Estás para hacer 2.55”,
me decía Vicen, y yo incluso secretamente pensaba,
quizás menos. Ilusa. ¿Y entonces qué ha pasado?
Esta mañana me he dado
cuenta de que la clave no está en que me falte fuerza en las piernas, como
inicialmente pensaba o me sobren años (mi amiga Elsi también maratoniana también del '67 y el hecho de que Straneo fuera campeona del mundo el año pasado con 38 años y dos hijos rápidamente me hacen desechar esa idea). Bien es verdad que aunque
la resistencia es la única cualidad física que mejora con la edad, a
partir de los 35-40 mantener el resto (fuerza, velocidad,
elasticidad...), requiere un esfuerzo cada vez mayor: hay que sopesar si el
equilibrio entre trabajo y resultado nos satisface y hasta cuando nos compensa. Yo bordeo ese punto de inflexión, pero sigo empeñada.
La clave está en el segundo factor citado al principio: me ha faltado tiempo de descanso. Eso tan obvio y que no dejo de repetir a mis atletas; eso a lo que es tan
fácil renunciar cuando tienes trabajo, casa e hijas. Crees que lo tienes todo
hecho, porque en el día a día vas lográndolo, te sientes fuerte y segura y no te das cuenta de que NO has
preparado la competición, un super-esfuerzo que requiere un super-descanso: hay
que dormir más y ahorrar toda la energía posible en las últimas dos semanas y yo he confiado en los factores medibles y descuidado el más importante. Así de sencillo. Guardar más tiempo para una misma requiere un egoísmo difícil de
compatibilizar con nuestras obligaciones cotidianas y en mi caso, una habilidad organizativa increíble de la que carezco. Ya me lo decía otro gran
entrenador con bastante conocimiento de causa, al que recuerdo con cariño, Pedro Pablo: estás loca al preparar un maratón.
A partir de la media que pasó en 1.27.55 pienso que
voy raspando, pero el hecho de empezar la cuenta atrás siempre motiva. A partir
de ahí, poco a poco veo como mi ritmo decrece y digo adiós a mi objetivo
figurado y al teórico. ¿Abandono? ¿Y desilusionar a la familia, los amigos,
todos los que han soportado tus excentricidades estos meses? Toca negociación
cuerpo-mente. Reajustas dramáticamente tus prioridades y te dices: a terminar. Como sea, siempre que mantengamos a raya las molestias, tampoco vamos a
inmolarnos. Me maravilla la capacidad de adaptación instantánea del ser humano. Chequeo: afortunadamente el resto de mi cuerpo está fuerte y
responde bien al esfuerzo. Vale, a ver si podemos seguir así. Se bien que tengo
que convivir hasta el final con esta fatiga y agarrotamiento así que es
cuestión de mantener la serenidad e ir compensando con la contracción abdominal
para favorecer la retroversión de la cadera y evitar sobrecargas mayores.
Siento ligero alivio porque soy capaz de controlar la situación.
Anímicamente
me vengo arriba a pesar de que después comprobaría en los parciales que voy más
lenta: a partir del 34 intento mirar el reloj lo estrictamente necesario para
no perder de vista mi único objetivo posible: mejorar mi marca. Empieza a haber
de nuevo más animación conforme nos acercamos al centro histórico de Sevilla
(el tramo por la parte norte de la ciudad es un poco más anodino entre el 18 y
el 30 más o menos). Vuelta a la impresionante plaza de España que si no es por
la animación popular hubiera hecho a gatas. Entramos en el maravilloso parque
de Mª Luisa, verde, frondoso, cuajado de gente desgañitándose para que no te
caigas. Busco la sombra: hay 22 grados, un día espectacular en una ciudad ídem.
Hay que vencer la soledad del corredor y obligarse a salir del bucle mental para
dejar que el ambiente te empape y te de alas, pero sin perder la concentración,
ya que el cuerpo sibilino aprovecha la mínima para abandonarse. En esta tarea
me empeño a 5 km de la meta. Por supuesto, no aprecio la bella Giralda como
tampoco vi la torre mas famosa de París en mi primer maratón.
A partir del km
38 mi obsesión es que NO me adelante el globo de las 3h. Esto me rayó bastante
en Berlín porque fui haciendo la goma elástica fiándome del marcador de ritmo y
a veces se columpian. En el 40 veo a mi familia o mejor dicho Violeta con su
voz aguda y chillona me ve a mi: me emociona que vayan corriendo conmigo unos
metros Olivia y ella. Encima que les lío para que vengan hasta aquí, lo menos
que puedo hacer es darlo todo. Fernando me anima a gritos (él sabe bien como me
siento). Animo y adelanto a una guardia civil que me había sobrepasado nada más
empezar la carrera y esto me da moral. Me han adelantado otras dos chicas a lo
largo de la carrera: una poquito a poco y otra en el 30, que daba gusto verla
correr a un ritmo estupendo: juventud divino tesoro. Ya no miro el reloj. Aquí
la gente se agolpa entusiasmada en las anchas avenidas de la maltrecha isla de
la Cartuja llenándola de color como si fuera el año 92. Veo otro rostro
familiar que me anima: Cristina, la mujer de Manolo que haría unos fantásticos
3h08. “¡Venga que bajas de las 3h!” me jalean: horror, eso es que el globo me
pisa los talones. De hecho oigo las pisadas del pelotón que lo rodea. No quiero gastar fuerzas en mirar atrás. Me da miedo
desmoralizarme. Incremento un poco el ritmo y cuando entramos en el tunel del estadio le
veo a mi lado: ¡el diablo-porteador-del-globo me adelanta!
Y entonces salgo disparada con
unos últimos 400m a ritmo de serie: tan espantada voy que tengo que pedir paso
por la cuerda de la pista a los corredores. Me cuelo por donde puedo y enfilo
la recta de meta. Veo el crono en 2h 58 e invierto mis últimas fuerzas en que
no cambie ese último dígito de los minutos para salvar el honor. Los segundos
refulgen a un ritmo demasiado rápido. Pero ahora por fin, se que lo lograré. 30
segundos que saben a gloria. No parece mucho, dado el descomunal aparato logístico
y de fuerzas involucrado, pero si es lo suficiente. ¿Compensa? Mi respuesta es
que desde luego por la marca no, pero sólo por lo que nos aporta la
experiencia, si. Vivir un maratón distorsiona tu realidad, te agita como si
estuvieras metida en un tubo de ensayo y te transforma de forma inesperada. Por
supuesto que no hay necesidad de llevar nuestro cuerpo y mente al límite para
vivir experiencias emocionantes, pero eso ya es cuestión de elección personal.
En otro orden de cosas, hay más gente inconsciente a
mi alrededor corriendo maratones y ayer fue un día muy feliz para mi como entrenadora,
porque Cristina Marín, pulverizó su marca dejándola en 3h48 oficial, 3.46 neto
(14 minutos menos que en su primer maratón de Madrid en 2014), con una gran
carrera, ¡enhorabuena!
Después: me muevo con dificultad, por eso estoy sentada |
Subidón al ver a mi amigo Álex Calabuig en meta que me hace esta foto |
Durante... km 40 |
La famiglia |
A Super Cris no le cabe la sonrisa en la cara |