Contra toda
lógica, el pasado domingo casi 21.000 mujeres cruzaron la meta de la Carrera de
la Mujer de Madrid que registró 32.000 inscripciones (pero podían haber sido
muchas más ya que se agotaron en menos de una semana). La cifra es admirable si
se tiene en cuenta la intensa lluvia que apenas dio tregua durante la mayor
parte de la mañana y que no pudo con el
entusiasmo femenino de todas las que allí estábamos por una causa u otra. Y es
que no hay nada como tener una causa tan loable como la lucha contra el cáncer
de mama para echarse a la calle. Las anchas calles del centro de la capital en
el recorrido urbano más bonito posible se quedaban estrechas, sobre todo cuando
los paraguas de muchas de las andarinas entraban en reñida competencia con las
corredoras cuya agilidad y reflejos en los arriesgados regates harían palidecer
a más de un futbolista.
Algunas de
las escenas presenciadas o relatadas por algunas de las 40 Running Mothers
participantes no dejan lugar a duda: este encuentro socio-deportivo es mucho
más que una carrera y desde luego tiene poco que ver con el resto de competiciones
atléticas populares. Si en 2015 disfruté como nunca con apenas 5 ó 10
corredoras delante y Madrid se abría espectacular y sin coches a mis pies, este
año lo viví no con menos intensidad, con miles de mujeres delante sin apenas
sitio para poner el pie delante y pretendiendo correr ¡jaja! entre la enorme
marea rosa que avanza lenta pero inexorablemente hacia su destino final: esa
inyección de autoestima que provoca haber ayudado a alguien o haberse
demostrado a sí misma que una puede ser capaz de correr o caminar 6,3 km.
El
entusiasmo popular de esta convocatoria que no ha dejado de crecer desde su
creación en 2003 por el joven equipo de la editora de revistas Motor Press
Ibérica hasta llegar a las 118.000 participantes en varias ciudades españolas
en lo que es hoy el evento deportivo femenino más grande de Europa, se contagia
y me anima a reflexionar sobre la evolución de esta “carrera” en cuyas primeras
ediciones éramos apenas 800 corredoras hasta lo que quizás hoy podría
denominarse desafío: ¿cuántas mujeres han empezado a hacer deporte gracias a la
Carrera de la Mujer? No tengo la cifra, pero todos conocemos a algunas.
Si
hay un dato muy curioso: Paqui Moreno que figura en la clasificación general en
la posición 9.668 invirtió una hora en completar el recorrido. Esto quiere
decir que lo hizo a un ritmo de 10 minutos el kilómetro: es decir caminando a
buen ritmo. Si tenemos en cuenta que hubo 20.737 participantes que finalizaron
la prueba según la misma fuente, podemos concluir que las restantes 11.069 que
entraron después lo hicieron también caminando a menor o igual ritmo. ¡Es decir
más del 50%! Para desesperación de algunas de mis Running Mothers que
pretendían al igual que muchas otras correr sin demasiadas alteraciones
creyendo que se iban a respetar los cajones por tiempos: “pero si viene en el
reglamento” se lamentan. “Pero ¿tu crees que ellas se lo han leído?” les
respondo divertida. “A lo que no hay derecho es a que haya una fumando en el
cajón Sub 35’…” y es que somos así: hay que tener paciencia ante el todavía
escaso nivel de cultura deportiva de este bendito país. Y es que por poner un
ejemplo que me parece elocuente, en el INEF de Madrid, creado en 1960 no hubo
mujeres estudiando hasta 1977, para hacernos una idea.
Porque en
ninguna carrera popular en la que siempre salen lógicamente los que más corren
delante (casi siempre hombres), suele haber situaciones de chiste del tipo del
que hace una experimentada a la novata que se pone en jarras a 30 metros de la
salida: “Señora, esto va por tiempos… / Pues bonita yo llevo esperando aquí
mucho tiempo, como una hora”. Y así seguro que habrá muchas más anécdotas.
Porque otro dato curioso es la edad: en esta edición hubo un 63% (estimado) de
participantes veteranas (mayores de 35) frente al 28% que tenían entre 19 y 34.
Y otro dato para alegrarse: un 4% de adolescentes entre 12 y 15 años… atraídas
por las ofertas de los patrocinadores probablemente, pero allí estaban moviéndose
y pasándolo bien.
De mis
amigas atletas, había muy pocas o las que iban ya sabían lo que había, pero
ellas ya están enganchadas al deporte y saben que no es su evento tanto como el
de las que empiezan a coger el hábito. Eso pensaba yo, según intentaba
tranquilamente avanzar tras haber perdido a mi hija y amigas adolescentes entre
la muchedumbre instantes antes de la salida hacia la cabeza de la carrer. Oía a
mis espaldas que decían con cierta admiración: “Mira esta va a correr” ¡como si
fuera excepcional y realmente lo era! y entonces me eché a reír, me relajé por
completo entregándome a mi faceta más querida como corredora popular, la de
animadora. Y es que la Carrera de la Mujer es mucho más que eso, es un amalgama
social increíble que bajo ninguna otra circunstancia se mezclaría y que hay que
vivir para creer: un canto a la diversidad femenina (¡con los hombres al margen
por una vez!), y una válvula de escape para muchas que son el motor de sus
familias.
Un trozo de
vida que a Velázquez seguro que le hubiera gustado pintar desde algún balcón de
la calle Princesa.